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La gente


…tanta igualdad y correspondencia hay en ellos, que no hay ejemplar que unos denuncien de otros… [i]


Mirar a la gente es acercarnos a su historia cultural, definida como “las pautas tradicionales de conducta o sistemas sociales de hábitos, estéticas y legales”. [i] En primeros siglos de nuestra historia colonial la cortesía era casi ley, y las faltas contra ella podían desembocar en violencia, y hasta mancillar la credibilidad de un individuo. En su residencia, al gobernador Mercado se le reclamó ser “tan descortés, que, aunque pase delante de él la gente de esta ciudad en escuadrón y le abatan las banderas, jamás se quita la gorra, ni se levanta, cosa que hacen los reyes y emperadores”. [ii] En 1621 el sargento mayor García de Torres entró a la oficina del escribano, y saludó de palabra, quitándose el sombrero. Todos correspondieron, menos dos individuos, que se los dejaron puestos, desembocando en conflicto. [iii]

En 1690, el alcalde ordinario Alberto de Rivera y Quiñones, preso por negarse a recibir unos pliegos con bandos del gobernador, atacó al acusador señalando que “no se apeó del caballo, que es el primer movimiento del que llega a una casa para saludar al dueño de ella, porque se tiene por grosería que el que llega, hable sin apearse…”. Al despedirse dijo “con licencia de ustedes”, cortesía común para pedir permiso para bajar del caballo; en realidad fue para marcharse. [iv]

Se ha señalado que, en el siglo XVII, la obsesión por la nobleza en España ganó terreno, borrando la línea divisoria entre los hidalgos y la gente común. Los primeros tuvieron que comenzar a pagar impuestos, cuando no lo habían hecho por derecho de su estamento. Además, afectaron el potencial humano y económico del imperio al seguir profesiones que no eran productivas, como unirse a la Iglesia o carreras del mar. [v] Maravall, un estudioso del concepto del honor en la sociedad estamental premoderna, afirma que la pertenencia a un estamento le confería al individuo “un prestigio que le eleva o, que, en su defecto, le rebaja, en la serie de planos de valoración diferenciadora que se reconoce dentro de tal sociedad”. [vi] En su estudio sobre la riqueza en Sevilla en la primera mitad del Seiscientos, Jesús Aguado ha señalado que los hombres se dividían en niveles según la cuantía de sus bienes, lo que les asignaba una posición social. Advierte, sin embargo, que había otras consideraciones que daban privilegios que el dinero por sí solo no podía. Entre estas, la cuna, el reconocimiento de méritos militares o eclesiásticos, o el favor del rey. [vii]

El orgullo y la altivez de los habitantes de San Juan no escapó al ojo crítico del obispo. Por su pobreza, más que por su recogimiento, las mujeres criollas no iban a misa por no tener mantos ni vestidos. Aunque se los habían donado para garantizar su asistencia, no los aceptaron por ser de anascote, una tela basta y barata. [viii] Haciendo referencia a los moradores, el pueblo común, el gobernador Arteaga lo describió como “personas de poca capacidad y noveleras, como lo son las más de estas provincias”. [ix]

Las horas se conocían por las oraciones que correspondían. Así, en 1691, cuando se intentó identificar el momento en que salieron unos soldados amotinados del fuerte San Antonio, se hizo referencia “al tiempo de la oración”. [x] No obstante, para esa década ya se hablaba de horas del día, aunque de manera aproximada. En los testimonios sobre la criatura recién nacida que apareció arrojada en un terreno cerca de la catedral, el testigo Francisco declaró que vio el cuero “como a las dos horas de la tarde”; Pedro Bonis identificó la hora como “a las dos horas de la tarde, poco más o menos”. [xi] Los prebendados de la catedral de San Juan “de ordinario salen a las once del día”. [xii] Ahora bien, se utilizaban relojes de sol: en el navío Nuestra Señora de la Consolación se llevaban dos. [xiii]

El gobernador Arteaga señalará diferencias entre las costumbres castellanas y las isleñas en 1672. No se refería a los campesinos, como lo hizo el obispo fray Diego de Salamanca en el siglo anterior; se refería directamente a los residentes de la ciudad. Hablando de la justificación de prácticas por considerarse costumbre, incluyó “…que la noche de la víspera y día de San Juan no se dejen las puertas de esta ciudad y presidio abiertas por algunas indecencias que suceden dignas de remedio, y que se observe en esta plaza lo que en las demás que lo son, por evitar inconvenientes, diciendo [que] está puesto en uso y costumbre, que es lo que alegan en todo lo que no debe ser...”. [xiv] La necesidad de reglamentar conductas nos retrata hábitos y prácticas de un pueblo, o de un sector. Comenzando el siglo, en San Germán se prohibió a los vecinos acercarse al lavadero de las mujeres “ni en un tiro de arcabuz”. [xv]

En tema aparte, y sin poder profundizar en él por falta de referencias, más allá de los trabajos de Manuel Álvarez Nazario, debemos rescatar datos que aparecen tímidamente en la documentación cernida. Concretamente, en un acta de libro de matrimonios de San Juan, en el año 1673, hay un acta donde el apellido de uno de los testigos, Bermúdez, escrito como “Velmúdez”. De la misma manera, en el padrón de habitantes de ese mismo año, este mismo apellido aparece escrito de esta manera. Nos preguntamos, ¿han quedado registradas las primeras manifestaciones de nuestra manera particular de hablar, donde utilizamos la “l” para reemplazar la “r” débil? No lo sabemos, pero ahí está. En el embargo de bienes de Luis Salinas Ponce de León se registró un “almario”. [xvi]




La dificultad para gobernar al pueblo es un tema común en las cartas de varios gobernadores. Al poco tiempo de su llegada, el gobernador Ochoa de Castro se refirió al pueblo brutalmente como “sedicioso y capitulante”. Se aprovechaban de su cortesía para promover sus malas intenciones contra el exgobernador Alonso de Mercado. Le pedía al rey que no consintiera “tan mala manera de proceder como la de esta gente”, y remataba diciendo “por ver si puedo vencer su malignidad, y por el camino que llevan, de un ángel harán un demonio”. [xvii] En lo que parecería una guerra abierta contra la población, Ochoa reportó que, por inquietarlo, un vecino “hizo levantar los ánimos de la gente de la tierra, que tan de atrás lo tienen de costumbre contra sus gobernadores…”. [xviii] Ahora bien, lo que no se les cuestionaba era su lealtad a la Corona. Así lo reconoció el obispo Padilla, quizás su más: “nada me ha hecho sudar menos que recomendarles la lealtad con que deben servir a Vuestra Majestad, porque es cierto no les he sentido hasta ahora en esta parte flaqueza alguna”. [xix]

Pérez de Guzmán describió a los naturales como trabajosos, “que es muy necesario que el gobernador no se arrime a ninguno, de las parcialidades”. [xx] Respondiendo a los cargos que se le hicieron en su residencia, su sucesor, Gerónimo de Velasco, señaló el carácter de los indianos. Hablando de los ataques de que fue objeto, reportó “el primer medio de que usó fue del regular en estos y aquellos reinos, con especialidad experimentada de hacer juntas y ligas, confederando émulos, sembrando voces siniestras, y vendiendo voluntades…”. [xxi]

Repitiendo esta mirada, en 1671 el gobernador Arteaga declaró sabiamente: “…los gobernadores de estas provincias, al paso que obran con más celo, cobran más poderosos enemigos, porque ha de disimular con los que lo son, o ser odiado de ellos…”. [xxii] Esta idea está verbalizada contundentemente casi diez años después por el gobernador Antonio de Robles y Silva cuando escribió “En esta tierra no hay Dios, ni ley, ni Rey; le aseguro a Vuestra Majestad que está muy arriesgada la salvación del gobernador que fuere celoso del servicio de Dios y del Rey”. [xxiii]


[i] Eugenio Fernández Méndez. Historia cultural de Puerto Rico, 1493-1968 (Río Piedras: Editorial Universitaria UPR, 1980), 4. [ii] Residencia de Alonso de Mercado. 1601. AGI, ESC 542, P.2A. [iii] Auto del gobernador contra García de Torres. 1621. AGI, ESC 135A, P.1. [iv] Carta de Gaspar de Arredondo, gobernador de Puerto Rico. 10 VIII 1691. AGI, SD 163, R.1, N.1, (4) f.15. [v] Vicéns Vives, Economic History of Spain, 417-418. [vi] José Antonio Maravall. Poder, honor y élites en el siglo XVII (Madrid: Siglo XXI, 1979), 20. [vii] Jesús Aguado de los Reyes. Fortuna y miseria en la Sevilla del siglo XVII (Sevilla: Servicio de Publicaciones del Excelentísimo Ayuntamiento de Sevilla, 1996), 18. Utiliza los expedientes de bienes de difuntos. Al no tenerlos disponible, para Puerto Rico, nos podríamos acercar a estos criterios a través de los embargos de bienes. [viii] “Carta del obispo de Puerto Rico, don fray Damián López de Haro”, 162. [ix] Expediente sobre los procedimientos del Obispo D. Francisco de Padilla. 1686-1687. AGI, SD 159, R.1, N.6, (6) f.1v. [x] Expediente sobre el motín de soldados en Puerto Rico. 1692-1697. AGI, SD 161, R.1, N.1, (2) f.10. [xi] Carta de Gaspar de Arredondo, gobernador de Puerto Rico. 6 VIII 1691. AGI, SD 160, R.1, N.4, (2) fs.2v, 3v. [xii] Registro: isla Española. 1609-1621. AGI, SD 900, L.7, f.36. [xiii] Registro de la carabela Nuestra Señora de la Consolación… 1612. AGI, CT 2243, N.3, R.7, f.52. [xiv] Carta de Gaspar de Arteaga, gobernador de Puerto Rico. 2 III 1672. AGI, SD 157, R.4, N.112, f.1. [xv] Ordenanzas en la villa de San Germán. 1601. AGI, ESC 124B, P.14. [xvi] Carta de Juan de Robles Lorenzana. 10 II 1680. AGI, SD 158, R.2, N.8, f.10. [xvii] Carta de Sancho Ochoa, gobernador de Puerto Rico. 20 VIII 1602. AGI, SD 155, R.15, N.165, f.1v. [xviii] Carta de Sancho Ochoa, gobernador de Puerto Rico. 1 XI 1607. AGI, SD 155, R.15, N.197, f.2v. [xix] Carta de Gaspar Martínez, gobernador de Puerto Rico. 1686-1687. AGI, SD 159, R.1, N.6, (9) f.1v. [xx] Registro: isla Española. 12 IX 1663. AGI, SD 873, L.18, f.79. [xxi] Velasco, Por el maestre de campo, f.2v. [xxii] Carta de Gaspar de Arteaga, gobernador de Puerto Rico. 28 II 1671. AGI, SD 157, R.4, N.98, f.1. [xxiii] Carta de Juan de Robles, gobernador de Puerto Rico. 10 II 1680. AGI, SD 158, R.2, N.8, f.2v. [i] Carta de Antonio de Robles, gobernador interino de Puerto Rico. 6 VI 1699. AGI, SD 163, R.3, N.55, f.1v. Imagen de portada: © Timothy Johnson, Unsplash.

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