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El servicio y deservicio a Dios y al rey

Los conceptos de servicio y paz


En esta Audiencia hay muy gran quietud y conformidad para las cosas del servicio de Vuestra Majestad, y se hace justicia sin respectos, y las discordias que solía, sólo ha habido de contrapeso la soltura del fiscal en decir injurias y afrentas a voces y descompuestamente a muchas personas en el tribunal, de que hay general sentimiento, y el cabildo de esta ciudad se ha quejado a la Audiencia y presidente de ella diversas veces. Hele corregido fraternalmente y ordenándole pida y alegue lo que le pareciere importa al derecho de Vuestra Majestad, y que de palabra no trate mal a ninguna persona, y que hable reportadamente y sin voces; no ha sido posible… [1]


El servicio de los súbditos a Dios (primero) y al rey era una especie de contrato o compromiso social que creaba condiciones armoniosas y constructivas para aumentar las posesiones y las riquezas reales. La paz y la quietud fueron dos elementos de este concepto, arrastrados desde el medioevo español, que caracterizaron los primeros siglos de gobierno en la América colonial. Aun en la ejecución de la justicia, se evitaba generar escándalo o alboroto. Con relación a las condenaciones que el gobernador de Venezuela había hecho en 1606 para cobrar deudas a vecinos, el Consejo de Indias le advertía que “tenga mucho cuidado en estas cobranzas, y de que se hagan con la mayor suavidad y poca molestia que fuere posible...”. [i]

Inclusive en la mediación de serios conflictos entre funcionarios reales, el concepto de paz era esencial. Después de requerir la intercesión del virrey del Perú, el príncipe de Esquilache, para atender el conflicto entre los miembros de la Audiencia de Panamá, ellos mismos exaltaron “los suaves medios que ha usado, tan eficaces, que ningunos otros bastarán, y ha sido de manera que los que salen de esta audiencia le debían ir con razón muy agradecidos, y los que quedamos, lo estamos tanto…”. [ii]

En sus solicitudes de mercedes a la Corona, los oficiales y funcionarios reales hacían gala del servicio que habían hecho al rey. Entre estos destacamos las presentadas por el licenciado Pedro de Beltranilla, quien “…dándoles avío de todo lo necesario, sin interés ninguno más del servicio de Su Majestad, gastando su hacienda en solo eso, y en la dicha isla casando huérfanas y pobres viudas, acudiendo con los bastimentos y cosas de su casa a las armadas que en aquellas provincias se hacían, así por mar como por tierra, y esto todos los años, dos y tres veces, conforme las ocasiones que se ofrecían al servicio de Su Majestad...”. [iii]

Otra característica intrínseca al servicio era el “no hacer parcialidades ni vengar pasiones”. [iv] El presidente de Panamá fue reconocido por tratar a todos con suavidad, sin ofender a nadie de obra ni palabra. Sobre el licenciado Manso de Contreras, el Cabildo de Panamá reconocía que “procede como debe en la administración de justicia, breve y buen despacho; estále esta ciudad muy obligada y deséale su mayor aumento, porque a ninguno ofende de obra ni de palabra, a todos honra y trata con mucha suavidad…”. [v] Acatándose a este concepto, el gobernador de La Habana trató de tragar hondo cuando el general Jerónimo de Portugal obvió el protocolo señalado desde España para la salida de las flotas: no hizo salva a las fuerzas del puerto, siendo capitana de la armada real, lo que causó “admiración” entre naturales y extranjeros que allí se hallaron. Lo hizo por “tolerar todo lo que no sea inconveniente para el servicio de Vuestra Majestad”. [vi]

El estado de paz del reino se complementaba con el concepto del bien público, por el cual el monarca ejercía su poder para garantizar la paz y preservar el reino. [vii] De esta manera, el compromiso y buen comportamiento de los súbditos, sumados al buen gobierno del rey, garantizaban la estabilidad de las colonias. Así, el gobernador de Puerto Rico encontró a su llegada al regimiento encontrado con el gobernador saliente, a quien debía tomar la residencia. Señaló que “supliqué al cabildo que en medio de hacer los cargos de cada uno tuviese contra el dicho Alonso de Mercado le honrasen mucho, sin perderle en coas el respeto, porque Vuestra Majestad no se serviría de otra cosa”. [viii]

En las Indias, sin embargo, las cosas se daban de manera diferente. En 1617, el obispo de México escribió a la Corte con relación a una la visita que se mandó tomar al alcalde del crimen de aquella ciudad. Reflexionando sobre la suavidad o dureza con la que debía actuar, señaló que, de un lado, “de la mucha blandura sucede muchas veces que faltan los respetos que se deben a los ministros de Vuestra Majestad”. Ahora bien, “si el ministro… se mostrase brioso y denodado, ni cumpliría con su oficio ni se alcanzaría el fin que se pretende, y si en alguna parte se ha usar de este artificio es en esta tierra, adonde si los llevan bien, sale frustrado lo que se intenta y pretende, así que el rigor, como no sea desmedido, aprovecha en ánimos [lo] que el bueno trato no hace en ellos mella”. [ix]

En este renglón, el fiscal Gerónimo de Herrera, fiscal de Santo Domingo, fue acusado de comportarse de manera descompuesta e inquieta, agitando el seno de la institución, provocando escándalo. Ni la intercesión del obispo y los prelados de las órdenes pudieron meterlo en razón. [x]

Es aquí donde encontramos el foco al que nos dirige Imízcos: el hervor humano que se agita en el seno de las instituciones coloniales. A pesar de las persistentes referencias al servicio, la paz y el sosiego de los pueblos en las cartas de los oficiales y funcionarios reales del Caribe a la Corona o al Consejo de Indias en las décadas de cambio del siglo XVI al XVII, el Caribe parece haber sido un lugar muy convulso. La estabilidad y la paz de las colonias no solo eran afectadas por constante amenaza de agresiones extranjeras ni los temores a las sublevaciones de los esclavos. Internamente, bullían otros conflictos – algunos de naturaleza personal y otros por la estructura de gobierno – que atentaron contra los conceptos de paz y servicio.

[1] Carta de Francisco Manso de Contreras, oidor de la Audiencia de Santo Domingo. 3 XII 1605. AGI, SD 52, R.5, N.54, f.1.

[i] Carta de Sancho de Alquiza, gobernador de Venezuela. 20 VII 1606. AGI, SD 193, R.15, N.42, f.1. [ii] Carta de la Audiencia de Panamá. 25 VI 1615. AGI, PAN 16, R.7, N.79. [iii] Certificación que hizo Jerónimo de Campos de los empleos y méritos del licenciado Pedro de Beltranilla. 25 XI 1607. AGI, SD 179, R.3, N.60. [iv] Expediente del presidente Francisco Valverde de Mercado. 29 I 1613. AGI, PAN 16, R.5, N.59, f.2. [v] Cartas y expedientes de cabildos seculares: Panamá. 20 VI 1614. AGI, PAN 30, N.60. [vi] Carta de Gaspar Ruiz de Pereda, gobernador de La Habana. 16 VIII 1610. AGI, SD 100, R.3, N.132, fs.1-1v. [vii] María Asenjo González. “La aristocratización política en Castilla. El proceso de participación urbana (1252-1520)”. En José Manuel Nieto Soria (director), La monarquía como conflicto en la Corona castellano-leonesa (c.1230-1504) (Madrid: Silex Editores, 2006), 145-147 y 163-164. [viii] Carta de Sancho Ochoa, gobernador de Puerto Rico. 20 VIII 1602. AGI, SD 155, R.15, N.165. [ix] “El arzobispo de México a Su Majestad sobre el caso y conducta del Alcalde del Crimen, Dr. Terrones”. Carta del virrey Marqués de Guadalcázar al rey. 25 mayo 1619. AGI, MEX 29, N.25, fs. 1–1v. [x] Carta de Diego Gómez de Sandoval, presidente de la Audiencia de Santo Domingo. 6 VI 1610. AGI, SD 54, R.1, N.20, f.1.


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